"Si digo que te amo, estaría mintiendo. Quizás más de lo que creo. No me mal interepretes, soy un buen mentiroso, pero un mal amante.
Si recorriese tu cabeza con la misma conciencia con la que recorrí tu piel; las cosas serían completamente diferentes.
Nunca tomé un 'te amo' como una promesa, sino más bien como una declaración. Pero en caso de ser una promesa, la estaría rompiendo al serte honesto. Estaría borrando con el codo, todo lo que escribimos usando la misma mano.
Pero eso es porque no compartimos el mismo concepto.
Para mi 'te amo' no implica un 'te voy a amar' y tampoco es incondicional; yo te amé y dentro de eso, hubieron altibajos. Pero siempre había un porqué seguir haciéndolo.
Pero ¿Qué se hace cuando los motivos entran en falta? ¿Como se arregla ese defasaje en la balanza?
Cuando un lado empieza a pesar más que el otro. Se cambia el enfoque, se cambia el lente.
Siento culpa si te digo que ya no te amo, siento asfixia si me obligo a amarte.
Desde que entré en conciencia de las diferencias. Ya no puedo disfrutarlo, ya no puedo disfrutarte.
No quiero que te desilusiones de mí, pero tampoco me da el alma para actuar de la manera más respetable y clara. Soy garca, corro por un lado aunque quiera ir hacia el otro.
Tiro cuando pensas que voy a amagar, amago cuando estás deseando que me ponga a tirar.
Antes de cerrar, voy a aclarar que si bien podría haber modificado los tiempos verbales y hablar siempre en pasado o hablar siempre en presente. Lo dejé ahí, transparentando el hecho de que, siendo honesto, no tengo una dedicatoria fija para esto.
La receptora imaginaria que dibujé en mi cabeza a la hora de hacer esto, fue un una mezcla de varias personas y eso me hace peor amante."
Con la mirada perdida, impávida y escéptica; doblé en 4 ese pedazo de papel, lo apreté con toda la fuerza que el momento me permitía y me paré.
Dejé mi cuarto y aunque estaba desabrigada, el frío no me pesó ni me mortificó. Fui en dirección de la cocina buscando agua, no podía permitirme llorar estando deshidratada.
Luego de servirme el vaso, fui a la estufa.
Me gusta mirar el fuego.
Acomodé unos troncos para que arda mejor y tiré el papel que tenía en la mano hace unos minutos, pero que se iba a quedar en mi cabeza un poco -mucho- más.
Y junto con sus letras, se fue un pedazo de mi inocencia.
Pero no iba a dejarme un hueco libre; llené ese vacío con un montón de advertencias para futuros casos. Guardé en ese cuartito mental, todas las alarmas.
Para que se prendan si algún día volvía a querer a alguien más.