Hoy 7/5/2018, fue el día que más me costó sentarme a escribir en mi vida.
Me senté, escribí un par de líneas y me paré.
Vueltas después noté que eso no era lo que tenía para decir. Me frustré y borré.
Volví a escribir. Volví a sentir que estaba mintiendo.
- Esto no fluye, por acá no es. - Dije preocupado dando vueltas de un lado al otro del cuarto.
- Aquello tampoco me conviene. - Respondí en el aire, señalándo otra hoja tirada por mi cuarto.
Me senté otra vez, abrí un bloc de notas en la pc y sentí el espacio blanco de la pantalla mirándome, presionandome.
Como si esperase ser llenado de párrafos asquerosamente creativos, metáforas rebuscadamente sencillas y sentimientos dramáticamente honestos.
Cada vez que el cursor tintineaba sobre la pantalla, yo veía el parpadeo de un lector juzgándome subjetivamente.
- Está claro, no puedo desprenderme de la presion - Volví a hablar solo.
Es que así era.
La presión era aquello que venía matándome, lenta y paulatinamente.
Pero desde el día uno consideré que eso era algo que no podía hablar con nadie.
Si no podía evitar sentirme un pelotudo mientras lo masticaba en la cabeza, no quería imaginarme diciéndolo.
¿Con quién iba a llorar mis delirios de rockstar sin que crea que era un imbécil? ¿Cómo podía hacer para que no me afecte serlo?
Y así fue como aislé y callé un sentimiento.
Como quedé procesándolo en los callejones secundarios de mi cabeza.
Lo cual fue una mierda, porque era la única persona que hablaba y conocía del tema. Obviamente era también la única opinión válida y su contracorriente.
Tenía que obligarme a ser el blanco y el negro.
A veces eso se me confundía con seguridad. No, carajo, no.
Yo solo era terco -sigo siéndolo, pero estoy hablando en otro tiempo verbal-.
Seguía mis puntos hasta el final, no importaba lo que pase, ni el contexto. Era necio, terco, bobo.
No entendía que las situaciones, las personas, los contextos y sentimientos viven en constante mutación.
Mi ojo era el objetivo todo poderoso sobre la materia y para él, solo existían dos variables:
- Soy una mierda con choclos y moscas.
- Soy una persona destinada a marcar la historia.
Literalmente así. Hasta me avergüenza un expresar las concesiones más íntimas de mi seguridad.
Pero si no lo hago, estaría siendo deshonesto.
A eso vuelvo.
No podía fluir, nada me convencía, los párrafos me asqueaban a medida que iba haciéndolos y me forzaba a terminarlos, solo por ver si algo se podría rescatar de ahí.
Hasta que me dí cuenta de la raíz del problema:
- Internet me había cagado la vida.
A los 15 años, por consecuencia de haber contado la muerte de mi vieja a modo de descargo y sin medir palabras; terminé siendo ampliamente viral.
Tapé literalmente lo que me pasaba con halagos vacíos. Con personas que a fuerza de lástima se querían construir un escalón al cielo y me palmeaban virtualmente la espalda.
De un día al otro estaba lleno de personas que querían ser amigos míos. Y los amigos reales se apartaban cada vez más de mí, yo los alejaba.
Por un lado descubrí que no tenía que soportar la mierda de nadie para estar bien, me quise y valoré muchísimo.
Por otro comprendí que si yo me movía entre plástico, es porque era de plástico.
Descubrí mi lado oscuro más temprano de lo que esperaba.
Amaba ser amado y tener una constante sensación de superioridad gracias a los halagos honestos y sinceros, de personas que nunca me conocieron.
A los 16 para mi ya no era nada nuevo, me había acostumbrado y era parte conciente del panfleto comercial.
Siempre bajo la marca personal del alternativo, pero seguía siendo un cliché más.
Personas que no conocía -y que estaba seguro de que ellos a mi tampoco- me paraban por la calle a expresarme su amor u odio. Pero para mi era irrelevante -porque mi imágen me gritaba que lo fuera-.
A los 17 empecé terapia porque no soporté más la exposición y la libertad que le estaba permitiendo a otros.
Descubrí para estar bien, necesitaba la mierda de otras personas. Me odié demasiado.
Me había vuelto paranoico, todo tenía una vuelta y una intención oscura. No podía ver ni los gestos más puros y justificads de amor como algo bueno.
Cerré todas mis cuentas en un arranque de impulsos por reencontrarme, por volver a ser yo.
Pero 'Yo' ya era lo que otros veían de mi.
Entendí que las fronteras entre internet y la vida real no existían.
No podía escapar de mi personaje.
Peor.
Yo era mi personaje.
De los 18 a los 20 jugué a ver cuantos excesos soportaría mi cuerpo y estar lo menos posible en la realidad.
Porque cuando intenté escaparme a ella, me gritó en la cara que era un asco.
A los 21 entré en conciencia de que me había convertido en un imbécil. 6 años después seguía viviendo de las sobras de una imágen gloriosa que lo único que tenía mío, era el nombre.
Actualmente estoy reconociendo que ser un imbécil siempre fue una elección mía. Que culpar a internet sería la manera más fácil de palmearme la espalda.
Tratando de pedirme perdón por todos los platos que dejé rotos en el camino.
Podría haber hecho una página perfectamente argumentada sobre como mi ansiedad es culpa del mundo. Podría haber dicho que internet y el golpe de rockstar adolescente que tuve me hicieron ser una mierda. Pero no.
Aunque sea una mierda, me toca reconocer que fue mi elección siempre ser una mierda.
Quería escribir sobre lo insoportable que era vivir preso del juicio moral ajeno en twitter y mirá, jaja, me di cuenta de que soy un imbécil, otra vez.