Las promesas pocas veces se cumplen, porque los jóvenes prometedores no solo tuvieron que enfrentarse al peso de poder ser, sino a la vida misma.
No hay mucho misterio, empezas a vivir y de repente tenes que ir alternando las prioridades.
A veces las prioridades y el alma no llegan a un acuerdo, y no queda otra opción que optar por lo práctico antes que lo romántico.
De repente, te vinculaste con personas, amigos, parejas, etcétera, y tu forma de interpretar el mundo cambió, logrando así que tus prioridades también se desordenen un poco. Porque de todas las guerras, la más complicada es aquella que arma trincheras en la cabeza.
¿Te acordas cuando querías cambiar el mundo? ¿Recordas cuando creías tener la potestad suficiente como para hacerlo? La seguís teniendo, el problema es que tuviste que adaptarte. Querías cambiar al mundo, pero a pesar de que te gusten poco los clichés; el mundo te cambió a vos.
Y no está mal, querías cambiar un mundo que no conocías. Ahora que lo conoces, quizás comprendas mejor tus medios y tu voluntad de cambiarlo. Los medios complejos implican mayor voluntad, y no siempre se encuentra el equilibrio compensatorio.
Estoy acá para decirte que no es tu culpa. Sé que recordas el hambre que tenías, sé que todavía tenes el estómago como para comerte el mundo. Lo sé, te juro que lo sé.
Y vas a ser, pero quizás no seas eso que anhelabas de chiquito. Porque cuando eras niño no conocías las estructuras implacables que componen el sistema. No conocías las rendijas o pasadizos por los que hay que colarse para seguir avanzando. Eso toma tiempo, desvíos y desvaríos. Toma espacios, comodidades y concesiones. Toma aire, agua y sangre.
También, las protecciones del crecer te dieron un mayor campo visual, permitiéndote ver hacia los costados. Otra bendición que puede ser una carga. Porque es adictivo mirar al costado, creer que somos caballos corriendo en la eterna pradera de la vida y constantemente comparar nuestra velocidad con la del resto. Mover el cuello hasta que nos duelan los músculos que lo controlan.
Pero, exactamente, ¿hacia dónde estamos corriendo?
Algunos tomamos desvíos, atajos; otros tienen suerte y son remolcados. Además, literalmente, todos esos caballos aparecen en lugares aleatorios de un mundo que, al fin y al cabo, es redondo.
A veces avanzamos tanto que extrañamos el potrero, pero la dicotomía del alma y el dolor de nuestros herrajes radica en que el motor y el motivo de nuestra vida es seguir corriendo. Con el sufrimiento de soportar y la calma de encontrar ciertos oasis donde pernoctar.
Y así, hasta que el corazón no soporte más la carga de los latidos que el ritmo demanda.
Porque quizás podamos movernos más lento, pero jamás quedarnos quietos.