Hace aproximadamente 9 meses no escribo y vuelvo a ustedes para contarles para contarles algo en lo que aún no caigo.
Todo empezó hace unos 4 o 5 días cuando el Peluca me mandó un WhatsApp preguntándome si tenía unos minutos libres, que necesitaba hablar con alguien para que le ayude a ordenar las ideas.
Con muchísima desconfianza le dije que sí, que me llame ni bien pueda.
Hacía fácil un año no hablabámos y no recuerdo si alguna vez escribí sobre él, pero su existencia siempre fue un bardo.
Con él nunca nada salía como lo planeado, podías salir a la playa a tomar una cerveza y terminar en Fraile Muerto comprando una casa (eso literalmente pasó en 2013, todavía tiene el terreno sin modificaciones).
Cuando me llamó, me comentó que estaba de capataz de obra en una construcción en Punta Carretas en la que -cito textual- ‘pasaban cosas raras’.
Yo nunca creí en la falopa paranormal pero siendo completamente honesto me nutro un montón de las historias que me cuentan mis amigos, tanto que por momentos siento que es un cuento y me pierdo en sus relatos.
Mi teléfono sonó y se escucharon unas puteadas de fondo, acto seguido se cortó bruscamente la llamada.
Los míseros 10 segundos que duró me inundé de dudas, hasta que volvió a sonar mi teléfono:
- Tinfa ¿Estás trabajando? ¿Tenes unos minutos? ¿Dónde estas viviendo? Te paso a buscar - Dijo inaugurando la llamada desesperado. En menos de diez segundos me había hecho un montón de preguntas.
- Eee sí, ponele. Estoy en la costa, a la altura de Las Toscas. Pero estoy trabajando ¿Qué pasó? - Respondí desconfiado, odio que me invadan.
- Pásame la ubicación. Te paso a buscar, no puedo explicarlo. - Acto seguido me corta el teléfono.
Usualmente lo hubiese mandado a cagar pero qué estaría pasando para que después de un año el tipo me hable con tal desesperación. La curiosidad corría efervescentemente por mis venas.
Llegó en menos de 20 minutos a la ruta.
Aunque me quedaba lejos, me arrimé hasta ahí porque la situación no estaba para pretensiones.
Al irme acercando al auto empiezo a oler su vehemencia, aún sin saber lo que tenía para decirme pude concluir que era más complejo de lo que creía.
Tenía toda la cara brillante del sudor, la mirada perdida y las pupilas dilatadas.
Cuando sintió mi voz giró su cuello bruscamente sobre su hombro izquierdo para verme cruzando desde el otro lado.
Ni bien me apoyé sobre el asiento arrancó sin darme chance a ajustarme el cinturón o siquiera chocarle el codo.
- Tinfa, escuchame, esto es un quilombo y no sé por qué me está pasando a mi. No me entra en la cabeza ¿Tanta mala liga voy a tener? ¿A qué dios de qué religión ofendí? ¿Por qué soy un imán de giladas? - le gritó al parabrisas.
- ¿Qué te mandaste ahora? Decime que no vas a ser papá porque me muero, no cambio pañales ni voy a baby showers - dije, creyendo que esto se trataba de algo más cotidiano, más trivial.
- No pelotudo, si fuese eso estaría subiendo historias a Instagram con filtros chotos. -respondió enojado.
No hubo una sola palabra más desde Shangrilá hasta nuestro destino.
Recuerdo que su silencio era de bronca, bronca consigo mismo.
Bronca por su mala suerte, bronca por haberme llamado y que yo no lo haya entendido a la primera, bronca por todas las decisiones que lo llevaron a ese momento.
Entiendo que era de bronca porque era inexplicable la fuerza con la que apretaba el volante en ambas manos mientras jugaba una carrera contra su paciencia por 21 de setiembre.
Al llegar, se estacionó bruscamente y casi sin querer quedó perfectamente alineado al cordón.
Se bajó y sin mediar palabra, comenzó a caminar enajenado hacia el lado de Ellauri haciéndome una seña con las manos para que lo siguiera.
Cruzamos la calle sin mirar a los costados -evidentemente no había tiempo para tomar precauciones-.
Recuerdo que al entrar a la construcción el ambiente era denso, todos caminaban nerviosos de un lado al otro en silencio. No sonaba ni siquiera una radio, ni los pájaros, hasta parecía que el tráfico se había esfumado.
Se armó un quilombo terrible para que me dejaran pasar al subsuelo de la construcción.
Recuerdo que un montón de cascos blancos me miraron como si yo fuese un riesgo para ellos.
“Si le pasa algo al pibe vos te haces cargo” fue la frase final de la discusión.
Las piernas se me aflojaron y busqué soporte en alguna pared para evitar mostrarme vulnerable.
Luego de 15 minutos de discusión cuando por fin nos dirigíamos al sótano, el Peluca me mira y me dice “de esto ni una palabra a nadie, no se te ocurra sacar una sola foto”. Con cada movimiento de mis pies sobre los escalones, aumentaba el calor y la humedad.
Respirar se hacía cada vez más difícil y yo no podía parar de imaginarme un paralelismo con el infierno.
Al finalizar la escalera levanté la mirada y todo lo que pude visibilizar fue una bruma densa que no me permitía siquiera ver mis pies.
- Parece espuma - solté en tono burlón
- Tomatelo en serio. Esto está lleno de túneles que no son un alcantarillado viejo, tampoco son hechos en dictadura; no le encontramos explicación. - dijo mientras avanzábamos lentamente rezando que nada toque nuestros tobillos.
Al alejarnos de las luces de la obra, prendimos nuestras linternas y lo que ví fue inexplicable:
Estábamos dentro de una especie de caverna de piedra negra brillante, irregular pero pulida al mismo tiempo.
Era un día caluroso, por lo cual no llevaba mucha ropa puesta, pero de todas formas podía sentir mi piel como el abrigo más insoportable del mundo.
No miento si digo que a cada paso sentía que la temperatura aumentaba un grado y dudé muchas veces si seguir caminando pero confiaba en el Peluca y sus constantes empujones morales.
- Dale seguí, ya estamos cerca. - dijo, pero yo quería estar lejos.
Recuerdo haberme incluso quitado la remera para secar el sudor que me estaba impidiendo ver con claridad. Y ese fue el momento en el que mi termostato corporal dejó de funcionar.
Era tanto el ardor del calor que este comenzó a sentirse frío y refrescante.
La ironía del dolor es que puede ser igual de dulce como amargo.
Unos metros más adelante la roca negra pulida se convirtió en un material transparente y resbaladizo similar al vidrio.
La bruma espumosa se transformó en humo, humo que golpeaba mi piel en andanadas cual erupción.
- ¿Qué es esto? ¿Estamos en un volcán, boludo? - le dije otra vez con mi tono jodón.
- Cállate que tengo miedo que tengas razón ¿Cuánta mala liga puedo tener? ¿Te imaginas que sea eso? - Dijo, con cierta ironía.
- ¿Te imaginas que la lava fuese fría? Cómo queda - Respondí por mantener la cordura de un diálogo pero yo ya estaba delirando, con suerte podía caminar.
- Dale, servite un vaso y contame como está - Me respondió redoblando su apuesta y mi mente, tanto en tono como en contenido, lo relacionó con Chandler de Friends. Ya no estaba en control de mi cabeza.
Mi cuerpo poco a poco fue dejando de responder con fluidez y recuerdo que, arrastrando la lengua y tambaleándome, le dije al Peluca:
- Que año de mierda, mira si me muero. - y por segundos, pudo ser así.
Mi cuerpo cayó. Dejó de responder y se escuchó el golpe seco de mi humanidad sobre el piso.
No recuerdo nada más posterior a eso.
Todo se volvió negro.
Desperté en una camilla de hospital donde un olor cítrico mezclado con alcohol eucaliptado me invadió la nariz.
En eso se acerca una enfermera rubia con una planilla en la mano exigiéndome que la firme.
- ¿Qué es eso? - respondí perdido
- La empresa constructora se quiere hacer cargo de los gastos médicos que implicó tu intoxicación pulmonar pero, a cambio, exige una cláusula de confidencialidad que engloba tu experiencia en el sótano de la finca. - respondió, rápida y concisa cual robot.
- ¡Si tan solo supiera que mierda había ahí! - acoté, sobrepasado por la situación.
Acto seguido me arrima una lapicera a la mano y deja la planilla sobre mi pecho.
- Firmá entonces. No podes hablar de lo que no sabes - dijo desafiante.
- No pero puedo inventarlo - respondí y comencé a escribir este texto.
Perdón Peluca, pero el abogado es más barato que el psicólogo.