I
Me encontré parado al borde de la cornisa en un piso 15, cuarenta y tres metros sobre el suelo.
A mis pies 18 de Julio, la avenida principal de Montevideo; personas, rutinas, problemas y soluciones.
Todos se movían en un patrón preestablecido que no conocía ni controlaba.
Estos, independientemente de cuan atados estuvieran a sus circunstancias, iban campantes de su contexto como si no fueran conscientes del mismo o no les pesase.
No voy a mentirles, al observar tantas variables al mismo tiempo todas parecían insignificantes. Ninguna me parecía llamativa, no había una que por si misma destacase o incentive mi interés.
En mi mente se presentó la posibilidad de que quizás estuviera viendo todo desde un punto demasiado general, es decir, desde mis córneas no eran más que simples píxeles moviéndose en direcciones meticulosamente aleatorias.
Tomé la decisión de acercarme aún más a la cornisa -en un torpe intento- de detallar algún individuo o situación en particular.
Mientras reptaba por el suelo se escuchó una explosión en seco, sin eco.
- ¡¿Un tiro?! - Pensé en voz alta, mientras el suelo se desmoronaba.
Ya no estaba en tierra firme.
Recuerdo haber sentido un cosquilleo intenso, un hormigueo abdominal que fácilmente podría haber confundido con vértigo.
Lo curioso es que mientras más cerca estaba del suelo, del golpe, más lejos estaba de mi cuerpo.
La carne se acercaba al pavimento, cuando me desayuné de que ya no estaba en ella.
Era energía desmaterializada, lista para encarnarme donde quisiese.
Había conseguido el acercamiento que deseaba. Creo.
Inexplicablemente me transporté directamente al cañón de ese 0.38. El motor inicial de mi impulso, la variable peculiar.
Estaba atrapado dentro de un túnel enorme, frío y con una ligera luz al final.
El contexto logró hacerme creer que estaba en la versión cristiana de la muerte; un túnel, una luz, vestigios de gloria y fracasos descansando sobre mi helada piel.
Y otra vez, en un imprevisto adrenalínico, salí impulsado hacia adelante y escupido a una velocidad incontrolable.
Iba directo a la sien de un tipo.
Aún prevalece en mí, el torpe reflejo al que atinó. Donde -supongo que sin querer- quedó frontal a mi trayectoria.
Nos miramos fijamente a los ojos (aunque en mi caso fuese una cobertura simbólica de plomo).
Recuerdo su gesticulación, recuerdo las líneas de expresión que llevaba casi tatuadas, recuerdo sus ojeras ¿Cuantos años, problemas y alegrías le habré ahorrado?
Aún rememoro -desgraciadamente- como me adentraba en su piel con mi coraza. Recuerdo introducirme en su cráneo abriéndome paso entre los tejidos húmedos y tibios que componían su sien.
Perdónenme la crudeza pero mi memoria sensorial decidió asociarlo con algo similar al sexo.
Justo en el momento en que tomé su vida, toda mi esencia se transportó a él.
Ví todo desde su perspectiva, pude apreciar en primera persona sus movimientos oculares.
Observé pasivo la transición de mirar de frente al cañón, para luego; lenta pero fluidamente, perder el equilibrio y acabar mirando al cielo en un movimiento de cámara casi orquestado.
En ese lapso de segundos entre que perdía la conciencia visual, todo se teñía de rojo y perdía las funciones motoras, pude sentir como el tiempo quedaba completamente bajo mi control.
A partir de este punto no sé como explicarlo sin que suene estúpido, pero fui unos segundos hacia atrás.
Sentí un tirón cuya fuerza aún desconozco pero con una increíble determinación nos llevó a mi y a las agujas un casillero al pasado.
Me volví a ver, pero esta vez no estaba en el cañón, ni en la cornisa.
Estaba en dos piernas, respirando, funcional.
Parado en el medio de 18 de Julio, respaldado por un semáforo en rojo.
Llevaba mi mirada perdida, hasta que sentí la suya:
- Dale, decímelo otra vez. Chupa pija - Dijo quien sostenía el arma.
Fijé la vista en él.
- ¿Qué te dije? - Pregunté en desconcierto, pero qué iluso. Solo yo era consciente de ese contexto, el resto me veía como un individuo siguiendo su patrón preestablecido. Una hormiga más.
Para los ojos ajenos, solo tenía la vida en una balanza.
Balanza que dependía solamente de cuanto demorase él en acariciar el frío metal del gatillo.
Ya conocía el patrón.
Supuse que mis intentos dialécticos serían inútiles.
Es extraño, pero cuando estuve en el pasado fue como si estuviese en dos tiempos completamente diferentes y ninguno es al que estaba acostumbrado. Ninguno será el presente.
Nuestras acciones pasaron a dividirse en turnos y tenía más que claro que si no hacía nada; su siguiente movimiento me dejaría en jaque.
Pero aún tenía un peón rebelde ubicado del otro lado del tablero, listo para avanzar y convertirse así en el caballo de la resistencia.
Lo que voy a contar a continuación, hasta este momento sigue sorprendiéndome.
Fue uno de esos momentos donde sentí superar cualquier limitación humana, sentí ser la mejor versión posible dentro de ese microclima.
Rodé al piso esquivando su bala, justo en el momento en el que decidió lanzarla.
Acto seguido cayó un cuerpo inesperadamente desde el cielo y manchó a todo el elenco de sangre. Este había caído justo a mi lado, dejándome así en el centro de la situación.
Su ropa me era conocida pero no perdí tiempo atando cabos. Ya sabía todo lo que había sucedido, estaba sucediendo e iba a suceder.
Los ojos ajenos quedaron con el morbo deslumbrado. Los más ambiciosos de la audiencia sacaron sus celulares para poder capturar el próximo video viral. Los más pervertidos se refregaban contra las paredes; extasiados.
Todos parecían haberse colgado mirando al sol durante unos minutos y ese cuerpo era el punto oscuro donde luego clavarían sus córneas parpadeantes, hipnotizados por la distorsión lumínica propia de encandilarse.
Sentí mis piernas entumecerse de los nervios y tomé eso como una señal para correr.
Y corrí.
Corrí como nunca lo había hecho antes en mi vida, bah, en mis dos vidas.
Ahora me sentía consciente de ambas.
Pero lejos de entender aún más la situación, me llenó de dudas.
¿Era Juan o Nicolas?
¿Tenía 22 o 68 años?
¿Seguía delirando en el balcón o realmente había heredado una vida con la justa cantidad de malas decisiones como para que haya una bala con mi nombre por ahí?
Perdón, me corrijo.
La bala ya no era para mí.
Lo siguiente que recuerdo es que estaba cansado, muy cansado.
Tomé el camino instintivo que me llevaría a casa, pero seguía confundido porque ya no vivía a 43 metros del suelo.
No tuve problemas para entrar, aunque seguía sin concebir ese lugar como propio.
La casa estaba bastante desordenada, no podía ver el piso ya que este estaba compuesto por basura; todo estaba plagado de pulgas sumado al olor del amoniaco y orina de gato taladraban mis fosas nasales.
Por lo que aún retengo, me acosté un miércoles a las 11:50 de la noche, abrumado por el sentimiento de que iba a dormir poco.
Apoyé la nuca sobre la almohada y controlé mi respiración con el objetivo de alcanzar el sueño un poco más rápido.
Inhalé.
- Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis - Conté internamente reteniendo el aire.
- Uno, dos, tres, cua... - Me dormí exhalando.
Bastó un espasmo miclónico para que la sensación de una caída me escupa con la fuerza del desprecio sobre este suelo, suelo que jamás había visto y eso que creo haber visto un montón de cosas a esta altura.
Y así, así fue como llegué hasta acá.