Las promesas pocas veces se cumplen, porque los jóvenes prometedores no solo tuvieron que enfrentarse al peso de poder ser, sino a la vida misma.
No hay mucho misterio, empezas a vivir y de repente tenes que ir alternando las prioridades.
A veces las prioridades y el alma no llegan a un acuerdo, y no queda otra opción que optar por lo práctico antes que lo romántico.


De repente, te vinculaste con personas, amigos, parejas, etcétera, y tu forma de interpretar el mundo cambió, logrando así que tus prioridades también se desordenen un poco. Porque de todas las guerras, la más complicada es aquella que arma trincheras en la cabeza.


¿Te acordas cuando querías cambiar el mundo? ¿Recordas cuando creías tener la potestad suficiente como para hacerlo? La seguís teniendo, el problema es que tuviste que adaptarte. Querías cambiar al mundo, pero a pesar de que te gusten poco los clichés; el mundo te cambió a vos.


Y no está mal, querías cambiar un mundo que no conocías. Ahora que lo conoces, quizás comprendas mejor tus medios y tu voluntad de cambiarlo. Los medios complejos implican mayor voluntad, y no siempre se encuentra el equilibrio compensatorio.


Estoy acá para decirte que no es tu culpa. Sé que recordas el hambre que tenías, sé que todavía tenes el estómago como para comerte el mundo. Lo sé, te juro que lo sé.

Y vas a ser, pero quizás no seas eso que anhelabas de chiquito. Porque cuando eras niño no conocías las estructuras implacables que componen el sistema. No conocías las rendijas o pasadizos por los que hay que colarse para seguir avanzando. Eso toma tiempo, desvíos y desvaríos. Toma espacios, comodidades y concesiones. Toma aire, agua y sangre.


También, las protecciones del crecer te dieron un mayor campo visual, permitiéndote ver hacia los costados. Otra bendición que puede ser una carga. Porque es adictivo mirar al costado, creer que somos caballos corriendo en la eterna pradera de la vida y constantemente comparar nuestra velocidad con la del resto. Mover el cuello hasta que nos duelan los músculos que lo controlan.


Pero, exactamente, ¿hacia dónde estamos corriendo?
Algunos tomamos desvíos, atajos; otros tienen suerte y son remolcados. Además, literalmente, todos esos caballos aparecen en lugares aleatorios de un mundo que, al fin y al cabo, es redondo.


A veces avanzamos tanto que extrañamos el potrero, pero la dicotomía del alma y el dolor de nuestros herrajes radica en que el motor y el motivo de nuestra vida es seguir corriendo. Con el sufrimiento de soportar y la calma de encontrar ciertos oasis donde pernoctar.
Y así, hasta que el corazón no soporte más la carga de los latidos que el ritmo demanda.


Porque quizás podamos movernos más lento, pero jamás quedarnos quietos.





No fue hasta despedirme que descubrí que cada rinconcito, cada estampita, cada souvenir o imán me contaba una historia; una historia que no se relacionaba precisamente con el objeto en sí, pero que igualmente viví.


Por ejemplo, nunca fui a West Virginia, pero recuerdo aquella tarde cuando, con ocho años, me raspé las rodillas jugando en el patio de la bisabuela. Mientras me curaban las heridas, posaba los ojos en ese souvenir para distraerme del dolor.


Nunca supe quiénes eran los de la foto que estaba al costado de la estufa, no sé sus nombres ni compartí comida con ellos. Pero bien recuerdo cómo me espiaban cuando di mi primer beso con la vecina de al lado, que venía por las tardes a hacer deberes a casa.


Jamás supe de qué jardín era el cuadro enorme que estaba al lado de la mesa, pero en mis ataques de ansiedad infantil siempre me hizo sentir que era mi casa. Podía oler sus flores rojas y desteñidas y hasta las confundía por gusto con las del jardín del patio frontal. Hoy todas las petunias huelen a jazmín para mí, y no puedo evitarlo.


Nunca fui a Disney, pero sí me supe meter dentro de una de esas bolas de cristal, esas que al voltearlas nieva sobre la imagen. Pasé tardes y tardes perdido mirando retazos de purpurina, creyendo que era magia, deseando saber cómo se sentía el tacto de la brillantina.


Todo me transportaba a algún lugar, sin importar si yo era parte de la foto, si había viajado a ese destino o siquiera conocía a quien le regaló eso a la casa. Entendí que un mismo objeto, aunque inanimado, puede contar mil historias distintas.


Hoy me toca ser yo ese que hace yo qué sé qué, en yo qué sé dónde, y te prometo que te voy a traer una réplica de la Sagrada Familia para poner al lado de la estufa, junto con la foto de la tía Carmen.

Nunca se sabe cuándo alguien más va a necesitar distraerse mientras le curan las rodillas




Hace 14 años que miro el calendario y me hago la misma pregunta.


¿Cómo carajo me voy a sentir el 15 de Mayo de 2023?


Para quien no me conozca, esa pregunta puede sonar un poco chota o pasajera.

Pero como en mis párrafos me gusta bienvenir a todos, toca explicar.


Hace 14 años, concretamente a mis 13 años; me tocó despedirme de golpe de mi vieja.

Un 13 de Mayo le dije “Chau ma, me voy a dormir a lo de Franco” y nunca más la volví a ver. 


Franco, mi primo, vivía a media cuadra de casa; concretamente en la esquina. 

Era la casa de mi padrino también, era mi segunda casa. No estaba pidiéndole permiso, medio que estaba avisando por cortesía.


Jamás me hubiese dicho que no, una de las mejores cosas que alguien ha hecho por mi fue elegir a ‘El Pino’ como mi padrino. 

Pero sin embargo, ella esa vez me preguntó si estaba seguro.


Yo no se como explicárselos claramente. En su momento, sentí algo raro, su pregunta me incomodó muchísimo sin razón aparente.

Solo me nació decirle “Si ¿Por qué no?”. 

A lo que ella apretó sus labios, desvió la mirada hacia abajo por unas milésimas de segundo y me dijo “bueno, andá”.


Hasta el sol de hoy no dejé de preguntarme si ella sabía que se iba a morir a la mañana siguiente.

Hasta yo en su momento creo que manejé esa idea en la cabeza, fue muy raro como nos despedimos; el quedarme a dormir en lo del Pino nunca fue una cosa tan protocolar.


Por más escéptico que sea, uno intuye cuando la parca anda merodeando a los suyos. 

Meses antes tuve sueños, divagues de imaginación y pensamientos de que eso podía pasar. 

Pero era un niño, a pesar de que en casa nos quedábamos seguido sin pan y desayunábamos violencia; mi imaginación podía ver su muerte o la ceremonia presidencial luego de haberle hecho 6 goles a Perú en la final del mundial, en igualdad de proporciones. 

Nunca lo tomé en serio. 


Pero quizás ella que ya era adulta y tenía muchos problemas y poco tiempo para jugar con su imaginación si pudo verlo. Quizás los segundos que se tomó en marcar esa expresión facial hayan sido de los más largos y dolorosos de su vida. 

Nunca lo sabré y ojalá pueda dejar de preguntármelo.


Lo que sí sé, es que mis últimas palabras no fueron ni un Gracias, ni un Te Amo, ni nada precioso que pueda recordar con orgullo. Sino más bien una pregunta desconectada de su contexto y típica de los últimos destellos de inocencia que me quedaban.


Hoy en día reconozco algunas de las lastimaduras que me ha dejado el trauma y quizás la cicatriz más linda es aquella que se me ocurrió curar con amor.


Esa cicatriz me recuerda sus labios comprimidos, su mirada baja y ccmo retomó el contacto visual para decirme “bueno, anda”.


Esa es la cicatriz que me hace decirle a todos los que veo que los quiero mucho antes de irme o de que se vayan.

Esa cicatriz me invita a acompañar a Sofía todas las mañanas hasta la puerta antes de que se vaya a su trabajo para decirle “Te amo, que tengas un hermoso día” casi religiosamente. Aunque nos hayamos rajado a puteadas 10 minutos antes.


Esa cicatriz me recuerda que no le dije que la amaba. Pero no me juzga.


Esa cicatriz aprendió que si bien me quedaba poco de inocencia, todavía tenía resquicios de la misma y los celebra.


Hoy, oficialmente llevo más años existiendo por mi cuenta, que con mi madre de guía.


Llevo 14 años preguntándome cómo es que sería este día. 

Y lamentablemente para esos 14 Tinfas que hoy se reunieron para ver quien había estado más cerca en la penca; todos le erraron.


Me imaginé de mil formas, pero jamás en donde estoy, como estoy y por sobre todas las cosas: feliz.

Los entiendo a mis colegas de años anteriores, es inusual encontrar felicidad en la solemnidad del duelo. 

Y con lo emo autodestructivo que soy, -y fui- este tampoco era el panorama más factible.


Pero estoy feliz por como me encuentra este 15 de Mayo.

Estoy feliz porque aprendí a valorar las cicatrices en lugar de culparme por tenerlas. 

Aprendí a encontrarles la belleza en vez buscar algún químico que me ayude a borrarlas de mi piel -o de la cabeza-.


He dejado de buscar el orgullo en su memoria. 

He escuchado mil veces la frase “ella estaría orgullosa de vos” y en un punto hasta entré en un espiral tóxico por perseguirla. 

Llevo 14 años tratando de hacer que se sienta orgullosa de mi. Me he esforzado tanto que me olvide de yo estar orgulloso de mi mismo -valga todas, todísimas las redundancias posibles-.


Dejé de pelear con mi decisión de haber ido esa noche a lo de Franco a jugar al play 2 y esperar a que se duerman sus padres para ver alguna teta de canuto en el canal 72.


Entendí que lo intrascendente de porque elegí ir a lo de mis primos no debería agregarle trascendencia al asunto.


Dejé de sentir que le fallé al haberme ido. Acepté el dolor de que nuestra despedida no haya sido memorable. 


Y aunque me cueste imaginar como era ella, aunque los recuerdos -y todo lo que consumí para olvidarme de lo mucho que dolía- me jueguen una mala pasada y no sepa qué me diría ella en una conversación inventada; tengo claro lo que yo le diría:



Chau má, 

Te amo. 
















Eran las 13:50 de una tarde gris en Barcelona, esas que duran 5 semanas.
A esa hora yo había decidido que era una buena idea ir a tomarme un whisky a un bar perdido en el medio del gótico. 
Para las 14:00 yo ya estaba con el vaso sudando sobre la servilleta que cubría una barra con mas años y clientes que capas de barniz.

En este mismo lugar quizás ya estuvieron mas de 60 mil personas sentadas en distintas épocas de su vida. Algunos lloraron por sentirse solos, otros se rieron a carcajadas con sus amigos y alguno quizás solo se quedó en silencio con indiferencia en la mirada y una batalla en la cabeza.

De todas esas personas me vine a cruzar a Pepe, un veterano de unos 55 años que a simple vista parecía llevar una vida bohemia y desprendida de las trivialidades humanas que venían partiéndome al medio.

- ¿Un whisky a las 2 de la tarde? Hay que tener cojones o llevar una vida cojonuda. - Dijo haciéndose espacio a mi lado.

- Hay que estar descojonado - Le retruqué en el peor acento burlón que me salió. 

- Venga, que tampoco es para andar despreciando - Me dijo mientras se enrolaba un tabaco sin desprenderme la mirada. 

- Tá, tenés razón. Martín, un gusto. - Le respondí recobrando el cantito característico del español ríoplatense.

- ¿Uruguayo eh? Ustedes son de mejor genio ¿Qué está pasando? - Replicó, abrazándome de una contención inesperada. 

- No importa, no es nada. Necesidades sin cubrir. - Reboté su pregunta. Acto seguido tomé un trago de whisky para ahogar las palabras que deseaba soltar.

- Así no llegamos a nada eh. Que si quieres te dejo en paz, no hacen falta los modales. - Soltó mientras buscaba el encendedor en su campera de jean amarillenta y desgastada.

- No es eso, evito hacer amistades cuando ando con necesidades. - Dije, entregándole mi fuego que estaba convenientemente más a mano. 

- ¿Y eso por qué? - Preguntó mientras tomaba mi fuego. 

- Porque necesito amistades y cubrir intereses al mismo tiempo. No me gusta mezclarlos. - Respondí con desgano y resoplando.

- No me considero una persona inteligente, tan solo alguien que a raíz de sus experiencias ya no come mierda de nadie. Pero no es que nací sabiendo que mierda no hay que comerse, es que a raíz de tanta cagada engullida, ya aprendí -más o menos- que mierda vale la pena comer y que mierda no ¿Por qué mejor no me permites a mi discernir entre lo que quiero escuchar y lo que no? - Dijo y sonó convincente, no lo voy a negar. 


- Mirá. Por eso no me gusta mezclar amistad con intereses, prefiero toda la vida que si hay intereses de por medio, ya vengan incluidos en el primer contacto. Me ahorra tiempo y me permite visibilizar las relaciones que son estrictamente de intercambio y las que son de amistad. 

No quiero decir que las relaciones de amistad no puedan facilitarte cosas y demás, pero con un amigo tenés una predisposición distinta a compartir otros aspectos de la vida. Yo que sé, sentimientos, miedos, sueños; todo lo que englobe la amistad per se. 

Entonces, si yo vengo a llorarte el hombro porque necesito un refugio de la catarata que puede ser mi vida y al terminar me cobrás el lavado de la camiseta que llevas puesta, me va a molestar.

En cambio, si yo ya sé que llorarte tiene un costo; o elijo otro sitio para llorar o en su defecto vengo preparado para entender que es un servicio que estás prestando. - Dije, creyendo que lo que decía tenía una carga solemne digna del tono de una charla Ted, 

- ¿Pero qué tonterías dices? Eso no es amistad, es alquilar cariño y para eso ya tenemos otras cosas - Dijo mientras se reía con ese tono tonto y burlón que ponen las personas cuando las invade la vergüenza. Había entendido el chiste que quizo hacer, pero no me causó gracia.

- Puede que sea una gilada sí, no lo voy a negar. Pero también es la carga de los problemas, estoy pensando en otras cosas, estoy resolviendo otras ecuaciones. Capaz lo expliqué mal, o capaz el vapor de los problemas están empañándome el lente y concibo la realidad de forma distorsionada.
Sea lo que sea, ya es tarde ¿Un whisky? - Respondí invitándolo a ser mi amigo. 

- Ni whisky ni problemas ni leches. Aquí lo que falta es afrontar la responsabilidad de los problemas. Tu elegiste esto, no pierdas los ánimos porque las cosas no son tan sencillas como esperabas. Y si lo haces, al menos ten la decencia de cargar tu propia culpa. - Dijo mientras buscaba mis cigarros.

Cuando levanté la mirada ya no estaba allí.

- Disculpa ¿Viste a dónde fue la persona que estaba aquí? - Le pregunté al pibe de la barra.

- Llevas 15 minutos hablando solo - Me respondió sorprendido mientras su cara expresaba un sentimiento intermedio entre la lástima y el desconcierto.

- Vaya, me lo debo haber imaginao - Dijo Pepe. 








 I


Me encontré parado al borde de la cornisa en un piso 15, cuarenta y tres metros sobre el suelo.

A mis pies 18 de Julio, la avenida principal de Montevideo; personas, rutinas, problemas y soluciones.

Todos se movían en un patrón preestablecido que no conocía ni controlaba.

Estos, independientemente de cuan atados estuvieran a sus circunstancias, iban campantes de su contexto como si no fueran conscientes del mismo o no les pesase.


No voy a mentirles, al observar tantas variables al mismo tiempo todas parecían insignificantes. Ninguna me parecía llamativa, no había una que por si misma destacase o incentive mi interés.


En mi mente se presentó la posibilidad de que quizás estuviera viendo todo desde un punto demasiado general, es decir, desde mis córneas no eran más que simples píxeles moviéndose en direcciones meticulosamente aleatorias.


Tomé la decisión de acercarme aún más a la cornisa -en un torpe intento- de detallar algún individuo o situación en particular.

Mientras reptaba por el suelo se escuchó una explosión en seco, sin eco.

- ¡¿Un tiro?! - Pensé en voz alta, mientras el suelo se desmoronaba.


Ya no estaba en tierra firme.


Recuerdo haber sentido un cosquilleo intenso, un hormigueo abdominal que fácilmente podría haber confundido con vértigo.

Lo curioso es que mientras más cerca estaba del suelo, del golpe, más lejos estaba de mi cuerpo.

La carne se acercaba al pavimento, cuando me desayuné de que ya no estaba en ella.

Era energía desmaterializada, lista para encarnarme donde quisiese.


Había conseguido el acercamiento que deseaba. Creo.


Inexplicablemente me transporté directamente al cañón de ese 0.38. El motor inicial de mi impulso, la variable peculiar.

Estaba atrapado dentro de un túnel enorme, frío y con una ligera luz al final.

El contexto logró hacerme creer que estaba en la versión cristiana de la muerte; un túnel, una luz, vestigios de gloria y fracasos descansando sobre mi helada piel.


Y otra vez, en un imprevisto adrenalínico, salí impulsado hacia adelante y escupido a una velocidad incontrolable.


Iba directo a la sien de un tipo.


Aún prevalece en mí, el torpe reflejo al que atinó. Donde -supongo que sin querer- quedó frontal a mi trayectoria.

Nos miramos fijamente a los ojos (aunque en mi caso fuese una cobertura simbólica de plomo).

Recuerdo su gesticulación, recuerdo las líneas de expresión que llevaba casi tatuadas, recuerdo sus ojeras ¿Cuantos años, problemas y alegrías le habré ahorrado?


Aún rememoro -desgraciadamente- como me adentraba en su piel con mi coraza. Recuerdo introducirme en su cráneo abriéndome paso entre los tejidos húmedos y tibios que componían su sien.

Perdónenme la crudeza pero mi memoria sensorial decidió asociarlo con algo similar al sexo.


Justo en el momento en que tomé su vida, toda mi esencia se transportó a él.

Ví todo desde su perspectiva, pude apreciar en primera persona sus movimientos oculares.

Observé pasivo la transición de mirar de frente al cañón, para luego; lenta pero fluidamente, perder el equilibrio y acabar mirando al cielo en un movimiento de cámara casi orquestado.


En ese lapso de segundos entre que perdía la conciencia visual, todo se teñía de rojo y perdía las funciones motoras, pude sentir como el tiempo quedaba completamente bajo mi control.

A partir de este punto no sé como explicarlo sin que suene estúpido, pero fui unos segundos hacia atrás.
Sentí un tirón cuya fuerza aún desconozco pero con una increíble determinación nos llevó a mi y a las agujas un casillero al pasado.


Me volví a ver, pero esta vez no estaba en el cañón, ni en la cornisa.

Estaba en dos piernas, respirando, funcional.

Parado en el medio de 18 de Julio, respaldado por un semáforo en rojo.


Llevaba mi mirada perdida, hasta que sentí la suya:


- Dale, decímelo otra vez. Chupa pija - Dijo quien sostenía el arma.


Fijé la vista en él.


- ¿Qué te dije? - Pregunté en desconcierto, pero qué iluso. Solo yo era consciente de ese contexto, el resto me veía como un individuo siguiendo su patrón preestablecido. Una hormiga más.

Para los ojos ajenos, solo tenía la vida en una balanza.

Balanza que dependía solamente de cuanto demorase él en acariciar el frío metal del gatillo.

Ya conocía el patrón.


Supuse que mis intentos dialécticos serían inútiles.

Es extraño, pero cuando estuve en el pasado fue como si estuviese en dos tiempos completamente diferentes y ninguno es al que estaba acostumbrado. Ninguno será el presente.


Nuestras acciones pasaron a dividirse en turnos y tenía más que claro que si no hacía nada; su siguiente movimiento me dejaría en jaque.

Pero aún tenía un peón rebelde ubicado del otro lado del tablero, listo para avanzar y convertirse así en el caballo de la resistencia.


Lo que voy a contar a continuación, hasta este momento sigue sorprendiéndome.


Fue uno de esos momentos donde sentí superar cualquier limitación humana, sentí ser la mejor versión posible dentro de ese microclima.


Rodé al piso esquivando su bala, justo en el momento en el que decidió lanzarla.

Acto seguido cayó un cuerpo inesperadamente desde el cielo y manchó a todo el elenco de sangre. Este había caído justo a mi lado, dejándome así en el centro de la situación.
Su ropa me era conocida pero no perdí tiempo atando cabos. Ya sabía todo lo que había sucedido, estaba sucediendo e iba a suceder.


Los ojos ajenos quedaron con el morbo deslumbrado. Los más ambiciosos de la audiencia sacaron sus celulares para poder capturar el próximo video viral. Los más pervertidos se refregaban contra las paredes; extasiados.

Todos parecían haberse colgado mirando al sol durante unos minutos y ese cuerpo era el punto oscuro donde luego clavarían sus córneas parpadeantes, hipnotizados por la distorsión lumínica propia de encandilarse.


Sentí mis piernas entumecerse de los nervios y tomé eso como una señal para correr.


Y corrí.


Corrí como nunca lo había hecho antes en mi vida, bah, en mis dos vidas.

Ahora me sentía consciente de ambas.

Pero lejos de entender aún más la situación, me llenó de dudas.

¿Era Juan o Nicolas?

¿Tenía 22 o 68 años?

¿Seguía delirando en el balcón o realmente había heredado una vida con la justa cantidad de malas decisiones como para que haya una bala con mi nombre por ahí?


Perdón, me corrijo.

La bala ya no era para mí.


Lo siguiente que recuerdo es que estaba cansado, muy cansado.

Tomé el camino instintivo que me llevaría a casa, pero seguía confundido porque ya no vivía a 43 metros del suelo.

No tuve problemas para entrar, aunque seguía sin concebir ese lugar como propio.

La casa estaba bastante desordenada, no podía ver el piso ya que este estaba compuesto por basura; todo estaba plagado de pulgas sumado al olor del amoniaco y orina de gato taladraban mis fosas nasales.


Por lo que aún retengo, me acosté un miércoles a las 11:50 de la noche, abrumado por el sentimiento de que iba a dormir poco.


Apoyé la nuca sobre la almohada y controlé mi respiración con el objetivo de alcanzar el sueño un poco más rápido.


Inhalé.


- Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis - Conté internamente reteniendo el aire.

- Uno, dos, tres, cua... - Me dormí exhalando.


Bastó un espasmo miclónico para que la sensación de una caída me escupa con la fuerza del desprecio sobre este suelo, suelo que jamás había visto y eso que creo haber visto un montón de cosas a esta altura.


Y así, así fue como llegué hasta acá.




Hace aproximadamente 9 meses no escribo y vuelvo a ustedes para contarles para contarles algo en lo que aún no caigo. 


Todo empezó hace unos 4 o 5 días cuando el Peluca me mandó un WhatsApp preguntándome si tenía unos minutos libres, que necesitaba hablar con alguien para que le ayude a ordenar las ideas.

Con muchísima desconfianza le dije que sí, que me llame ni bien pueda. 
Hacía fácil un año no hablabámos y no recuerdo si alguna vez escribí sobre él, pero su existencia siempre fue un bardo. 

Con él nunca nada salía como lo planeado, podías salir a la playa a tomar una cerveza y terminar en Fraile Muerto comprando una casa (eso literalmente pasó en 2013, todavía tiene el terreno sin modificaciones). 


Cuando me llamó, me comentó que estaba de capataz de obra en una construcción en Punta Carretas en la que -cito textual- ‘pasaban cosas raras’. 

Yo nunca creí en la falopa paranormal pero siendo completamente honesto me nutro un montón de las historias que me cuentan mis amigos, tanto que por momentos siento que es un cuento y me pierdo en sus relatos. 


Mi teléfono sonó y se escucharon unas puteadas de fondo, acto seguido se cortó bruscamente la llamada.
Los míseros 10 segundos que duró me inundé de dudas, hasta que volvió a sonar mi teléfono:

- Tinfa ¿Estás trabajando? ¿Tenes unos minutos? ¿Dónde estas viviendo? Te paso a buscar - Dijo inaugurando la llamada desesperado. 

En menos de diez segundos me había hecho un montón de preguntas.


- Eee sí, ponele. Estoy en la costa, a la altura de Las Toscas. Pero estoy trabajando ¿Qué pasó? - Respondí desconfiado, odio que me invadan.


- Pásame la ubicación. Te paso a buscar, no puedo explicarlo. - Acto seguido me corta el teléfono. 

Usualmente lo hubiese mandado a cagar pero qué estaría pasando para que después de un año el tipo me hable con tal desesperación. 
La curiosidad corría efervescentemente por mis venas. 

Llegó en menos de 20 minutos a la ruta.
Aunque me quedaba lejos, me arrimé hasta ahí porque la situación no estaba para pretensiones. 


Al irme acercando al auto empiezo a oler su vehemencia, aún sin saber lo que tenía para decirme pude concluir que era más complejo de lo que creía.


Tenía toda la cara brillante del sudor, la mirada perdida y las pupilas dilatadas. 

Cuando sintió mi voz giró su cuello bruscamente sobre su hombro izquierdo para verme cruzando desde el otro lado. 

Ni bien me apoyé sobre el asiento arrancó sin darme chance a ajustarme el cinturón o siquiera chocarle el codo. 

- Tinfa, escuchame, esto es un quilombo y no sé por qué me está pasando a mi. No me entra en la cabeza ¿Tanta mala liga voy a tener? ¿A qué dios de qué religión ofendí? ¿Por qué soy un imán de giladas? - le gritó al parabrisas. 

- ¿Qué te mandaste ahora? Decime que no vas a ser papá porque me muero, no cambio pañales ni voy a baby showers - dije, creyendo que esto se trataba de algo más cotidiano, más trivial. 

- No pelotudo, si fuese eso estaría subiendo historias a Instagram con filtros chotos. -respondió enojado. 

No hubo una sola palabra más desde Shangrilá hasta nuestro destino. 


Recuerdo que su silencio era de bronca, bronca consigo mismo.
Bronca por su mala suerte, bronca por haberme llamado y que yo no lo haya entendido a la primera, bronca por todas las decisiones que lo llevaron a ese momento.
Entiendo que era de bronca porque era inexplicable la fuerza con la que apretaba el volante en ambas manos mientras jugaba una carrera contra su paciencia por 21 de setiembre. 


Al llegar, se estacionó bruscamente y casi sin querer quedó perfectamente alineado al cordón. 

Se bajó y sin mediar palabra, comenzó a caminar enajenado hacia el lado de Ellauri haciéndome una seña con las manos para que lo siguiera. 


Cruzamos la calle sin mirar a los costados -evidentemente no había tiempo para tomar precauciones-.


Recuerdo que al entrar a la construcción el ambiente era denso, todos caminaban nerviosos de un lado al otro en silencio. No sonaba ni siquiera una radio, ni los pájaros, hasta parecía que el tráfico se había esfumado.
Se armó un quilombo terrible para que me dejaran pasar al subsuelo de la construcción. 
Recuerdo que un montón de cascos blancos me miraron como si yo fuese un riesgo para ellos. 

Si le pasa algo al pibe vos te haces cargo” fue la frase final de la discusión. 

Las piernas se me aflojaron y busqué soporte en alguna pared para evitar mostrarme vulnerable. 

Luego de 15 minutos de discusión cuando por fin nos dirigíamos al sótano, el Peluca me mira y me dice “de esto ni una palabra a nadie, no se te ocurra sacar una sola foto”. 
Con cada movimiento de mis pies sobre los escalones, aumentaba el calor y la humedad.

Respirar se hacía cada vez más difícil y yo no podía parar de imaginarme un paralelismo con el infierno. 


Al finalizar la escalera levanté la mirada y todo lo que pude visibilizar fue una bruma densa que no me permitía siquiera ver mis pies.



- Parece espuma - solté en tono burlón

- Tomatelo en serio. Esto está lleno de túneles  que no son un alcantarillado viejo, tampoco son hechos en dictadura; no le encontramos explicación. - dijo mientras avanzábamos lentamente rezando que nada toque nuestros tobillos. 


Al alejarnos de las luces de la obra, prendimos nuestras linternas y lo que ví fue inexplicable:

Estábamos dentro de una especie de caverna de piedra negra brillante, irregular pero pulida al mismo tiempo.
Era un día caluroso, por lo cual no llevaba mucha ropa puesta, pero de todas formas podía sentir mi piel como el abrigo más insoportable del mundo.

No miento si digo que a cada paso sentía que la temperatura aumentaba un grado y dudé muchas veces si seguir caminando pero confiaba en el Peluca y sus constantes empujones morales. 



- Dale seguí, ya estamos cerca. - dijo, pero yo quería estar lejos.

Recuerdo haberme incluso quitado la remera para secar el sudor que me estaba impidiendo ver con claridad. Y ese fue el momento en el que mi termostato corporal dejó de funcionar. 

Era tanto el ardor del calor que este comenzó a sentirse frío y refrescante. 
La ironía del dolor es que puede ser igual de dulce como amargo. 

Unos metros más adelante la roca negra pulida se convirtió en un material transparente y resbaladizo similar al vidrio. 

La bruma espumosa se transformó en humo, humo que golpeaba mi piel en andanadas cual erupción.

- ¿Qué es esto? ¿Estamos en un volcán, boludo? - le dije otra vez con mi tono jodón. 

- Cállate que tengo miedo que tengas razón ¿Cuánta mala liga puedo tener? ¿Te imaginas que sea eso? - Dijo, con cierta ironía.

- ¿Te imaginas que la lava fuese fría? Cómo queda - Respondí por mantener la cordura de un diálogo pero yo ya estaba delirando, con suerte podía caminar.

- Dale, servite un vaso y contame como está - Me respondió redoblando su apuesta y mi mente, tanto en tono como en contenido, lo relacionó con Chandler de Friends. Ya no estaba en control de mi cabeza. 


 Mi cuerpo poco a poco fue dejando de responder con fluidez y recuerdo que, arrastrando la lengua y tambaleándome, le dije al Peluca: 



- Que año de mierda, mira si me muero. - y por segundos, pudo ser así. 


Mi cuerpo cayó. Dejó de responder y se escuchó el golpe seco de mi humanidad sobre el piso.
No recuerdo nada más posterior a eso.
Todo se volvió negro.


Desperté en una camilla de hospital donde un olor cítrico mezclado con alcohol eucaliptado me invadió la nariz. 
En eso se acerca una enfermera rubia con una planilla en la mano exigiéndome que la firme.

- ¿Qué es eso? - respondí perdido

- La empresa constructora se quiere hacer cargo de los gastos médicos que implicó tu intoxicación pulmonar pero, a cambio, exige una cláusula de confidencialidad que engloba tu experiencia en el sótano de la finca. - respondió, rápida y concisa cual robot.

- ¡Si tan solo supiera que mierda había ahí! - acoté, sobrepasado por la situación. 

Acto seguido me arrima una lapicera a la mano y deja la planilla sobre mi pecho. 



- Firmá entonces. No podes hablar de lo que no sabes - dijo desafiante. 


- No pero puedo inventarlo - respondí y comencé a escribir este texto. 





Perdón Peluca, pero el abogado es más barato que el psicólogo. 




Llega siempre este momento, en cada cíclo de mi vida.
Llega siempre este sentimiento. No importa cuan rápido o qué tan bien esté corriendo la carrera.

Él siempre llega.

Disfrazado de pequeñeces se acerca, teñido de irrelevancia va acomodandose en el living de mi cabeza. Y para cuando quiero recordar, es él quien me abre y me cierra la puerta cuando tengo que salir al mundo exterior.

Hoy lo encontré muy cómodo cagando y fumandose un tabaco en el rincón donde irónicamente voy a limpiarme, pero usualmente es la parte más sucia de toda mi cabeza.

- ¿Ya estás acá? ¡¿Qué raro?! Generalmente demorás más en llegar. - Dijo estableciendo un siniestro contacto visual. Prolongado y acompañado de gesticulaciones sobradoras.

- Sí, tenía ganas de estar más tiempo acá. Paso todo el día afuera, necesito descansar un poco más - Respondí ignorando que me irritaba su presencia.

- Bueno vení, acomodate, contame que te pasa. Estoy acá para ayudarte a razonar, por algo viniste a mi. - Dijo a sabiendas de mi debilidad por él. Estaba esperando a que me quiebre mientras él sostenía la sonrisa más cinica posible.

- Todos me mienten, ya no sé como evitarlo. Los miro fijamente a las córneas, yo sé que me mienten, puedo verlo en el temblequeo de sus labios. - Comencé a desahogar sin oponer la mínima resistencia. No puedo evitarlo, me hace las cosas más dinámicas de procesar.

- Ah bien, estás aplicando eso de analizar que vimos la otra vez en esa película. Contame ¿Hubo alguna contradicción? ¿Quién te está mintiendo? Quiero saberlo todo - Dijo mientras palmeaba un asiento cerca suyo como indicandome el lugar para sentarme.

Luego de apoyarme sobre el taburete a su lado, apagó su tabaco en mi rodilla.
Me dolió, pero se lo permití.
Después de todo, tengo que pasarla un poco mal para equiparar lo bien que me hace sentir.

- Dale, soltame tos boludeces. No tengo tanto tiempo - Él amaba ahorcarme con sus palabras, terminaba rogandole que me respire cerca para poder alcanzar algo de oxigeno. Eso le daba poder, lo engrandecía.

- Todos se contradicen, estoy seguro. Siempre que me va bien en algo o en algún aspecto, es inevitable que algo rompa absolutamente todo y me vuelva a recordar que no me lo merezco. - Solté, como quien vomita mierda.

- Es verdad, no te lo mereces, pero lo cierto es que sos bastante inteligente. Podes ver los sucesos antes de que se conviertan en una consecuencia. Podes apurarte y tomar el primer movimiento. Siempre vas a recuperar el timón de tu vida, pero no siempre vas a merecerte el barco. - Expresó.

Pasé toda la noche en vela, deseando que se vaya de mi casa para poder dormir en paz. Pero en cambio, parecíamos dos duros escapistas. Nos perseguimos las orejas hasta que la nariz no nos dió para más y para cuando logré dejarlo ir, ya estaba amaneciendo.

Con el sonido de los pájaros de la fisura me senté a escribir como todas y cada una de las veces en las que me fue bien, la paranoia me consumió. Como cada vez que algo iba bien, tendía a buscar más allá de lo que estaba viendo, esperanzado por la dopamina lastimosa de encontrar lo que no quería.
Como siempre, siempre busqué no ilusionarme con nada, para no romperme en mil pedazos si algo malo sucedía.
Como siempre me encargué de que si lo malo no sucedía, yo lo hacía suceder.

Terminé por entender como -sin darme cuenta- logré todas y cada una de las veces, que los malos sucesos sucedan por culpa de mi sugestión. Como fui creando versiones alternativas de las cosas y con la fuerza de la imaginación, terminé traspolandolas a la realidad.

Ahora que lo pienso, pasé mucho tiempo buscando señales y generando consecuencias.
Ahora que lo digiero, confundía las causas con las consecuencias.
Ahora que lo entiendo, él y yo, somos la misma persona y nuestro único código es que nos decimos lo que queremos escuchar, pero ¿Por qué quisimos escuchar eso?




El tiempo es la unidad más caprichosa de medida.
Pero, a su vez, es la más completa.
Es una condición.
Es lo más cercano a un dios.
Nadie escapa del tiempo, nadie puede manipularlo y si bien no razona, siempre lo sabe todo.

Más de una vez me senté a maldecir sobre el tiempo, enojado porque sus agujas no frenan y su paso es irremediable. 
Pero principalmente, porque nadie está sincronizado con mi reloj.

"¿Alguna vez te arrepentiste por el tiempo?" Me preguntó una amiga. 
Sí, cada vez que miro a los ojos de determinadas personas y entiendo que sus miradas no van a volver. Que el sentimiento que compartí con esas personas ayer, hoy mutó y mañana ya no será posible.
Odio el tiempo, pero más odio las consecuencias de mis malas decisiones en su letargo. 
Pero amo su mirada y tener la capacidad de recordarla; ilusionada, cálida y amigable.

Es así, vivo a destiempo.
Cuando yo estoy nervioso porque mis agujas se acercan a la línea que -falazmente- me puse como compromiso; el resto de las personas se echan hacia atrás, confiados porque su minuto recién empezó.
 
Es muy complicado para mi, expresar realmente el sentimiento que me genera no estar en sintonía con mi entorno. 
Corro cuando el resto camina y me siento a descansar cuando el resto decide que es tiempo de correr. 
Es como una suerte de ansiedad y culpa, por no estar atento. 
En algún momento supe palmearme la espalda y decirme a mi mismo que 'era un adelantado', pero solo estaba tapando el hecho, de que iba varios cuerpos atrasado.
Busqué consuelo creyendo que 'cada uno va a su tiempo' pero otra vez, sigo glorificando y odiándolo ¿Y qué pasa mientras tanto? El mismísimo tiempo. 
Lo mismo que gasto en estos párrafos -o gastamos, si es que cuento con la complicidad de tus ojos al leerme-. El recurso de despilfarrar. 
Es horrible saber que la acción más común o más fácil de realizar con un recurso tan poderoso, es gastarlo.

De chico siempre soñé con tener el super-poder de parar el tiempo. 
Pero no para hacerlo rendir más, para poder estar solo y hacer cosas sin que nadie lo note. 
Y claro, si hasta para mi soledad el tiempo juega en contra.

Me encantaría poder tocarle el culo a mis relojes, faltarle el respeto al tiempo y demostrarle que tengo la libertad de hacer lo que quiera, ignorando la fuerza de su paso. 
Doblegarle los segundos y lograr que por primera vez, me sobre.

O que al menos me alcance.


No sé en qué momento perdí el control de mi vida. No se si fue culpa mía o las vueltas karmáticas de la vida.
Lo cierto es que ese día, arrinconada en un hotel, luego de haberle quitado la vida a una familia entera -cuya historia algún día les contaré-. Fue cuando el destino me enseñó que es perfecto y no deja nada en deuda.

Estaba amotinada en el baño de la habitación, oyendo sirenas, pasos y hélices, cuando decidí que quería dejar mi legado en palabras.
Busqué con desesperación una lapicera, un lápiz, lo que sea. Pero mis segundos estaban contados y tuve que actuar rápido. Solo encontré una afeitadora, agujas de tejer y un rollo de cinta aisladora.

Así que sin miedo de caer en cliché, terminé escribiendo con mi propia esencia:

"La posverdad no siempre delata a la mentira. Muchas veces los contextos marcan determindas acciones a las que la moral se opone.

En ese caso la forma más inteligente de limpiarse el culo es falacear sobre lo improbable.
Si te acorralan mucho, disparas. Pero no a cualquiera, disparas a quien sepa esquivarlo. Es solo por hacer ruido, para que sepan que tenes pólvora y la sangre necesaria como para actuar.

Pero acá viene lo inteligente; nunca le dispares a un vulnerable, para cubrir tu vulnerabilidad.
Lo importante de disparar para impresionar es justamente que sea solo eso.
La consecuencia de una herida innecesria, pesa. Ya sea en la culpa, en la estrategia; o en el setting mental en el que estés. Pesa y eso es irrefutable.

"La bala que no llega a su destino, nunca fue disparada" o algo así, dijo una vez Churchill, o alguno de esos.

Y acá viene la puntada final de mi posverdad; si yo no creo que la bala vaya a llegar a su destino, no lo hace.
Y si lo hace, no lastima y si el receptor presenta daños; es drama.

Cada uno vive en su realidad y sé, juro que sé, que toda la pólvora que tiré, algún día va a llegar a mí.
Pero cuando llegue no me va a lastimar, no me va a matar la bala. 

Sino el drama que termine creando alrededor de ella."

No rogué el perdón de nadie al escribir esto. No necesité la caridad de ningún humano sentimentalmente disfuncional, yo conozco mis actos y mis contextos.
Yo entiendo hasta donde llegué y sé quien era.
Pero no les voy a mentir, me hubiera encantado poder terminar de escribir esos párrafos antes de que a mis espaldas arremetiera un pelotón entero de hombres armados.
Hombres que con la más pura y fría crueldad, creían que estaban haciendo justicia y terminaron haciendo lo mismo que yo.E irónicamente, esta vez fue mi sangre la que empañó lo que había por leer.



"Si digo que te amo, estaría mintiendo. Quizás más de lo que creo. No me mal interepretes, soy un buen mentiroso, pero un mal amante.
Si recorriese tu cabeza con la misma conciencia con la que recorrí tu piel; las cosas serían completamente diferentes.
Nunca tomé un 'te amo' como una promesa, sino más bien como una declaración. Pero en caso de ser una promesa, la estaría rompiendo al serte honesto. Estaría borrando con el codo, todo lo que escribimos usando la misma mano.  

Pero eso es porque no compartimos el mismo concepto. 
Para mi 'te amo' no implica un 'te voy a amar' y tampoco es incondicional; yo te amé y dentro de eso, hubieron altibajos. Pero siempre había un porqué seguir haciéndolo.

Pero ¿Qué se hace cuando los motivos entran en falta? ¿Como se arregla ese defasaje en la balanza?
Cuando un lado empieza a pesar más que el otro. Se cambia el enfoque, se cambia el lente.


Siento culpa si te digo que ya no te amo, siento asfixia si me obligo a amarte.
Desde que entré en conciencia de las diferencias. Ya no puedo disfrutarlo, ya no puedo disfrutarte.
No quiero que te desilusiones de mí, pero tampoco me da el alma para actuar de la manera más respetable y clara. Soy garca, corro por un lado aunque quiera ir hacia el otro. 


Tiro cuando pensas que voy a amagar, amago cuando estás deseando que me ponga a tirar. 

Antes de cerrar, voy a aclarar que si bien podría haber modificado los tiempos verbales y hablar siempre en pasado o hablar siempre en presente. Lo dejé ahí, transparentando el hecho de que, siendo honesto, no tengo una dedicatoria fija para esto. 
La receptora imaginaria que dibujé en mi cabeza a la hora de hacer esto, fue un una mezcla de varias personas y eso me hace peor amante."

Con la mirada perdida, impávida y escéptica; doblé en 4 ese pedazo de papel, lo apreté con toda la fuerza que el momento me permitía y me paré.
Dejé mi cuarto y aunque estaba desabrigada, el frío no me pesó ni me mortificó. Fui en dirección de la cocina buscando agua, no podía permitirme llorar estando deshidratada.
Luego de servirme el vaso, fui a la estufa.
Me gusta mirar el fuego.

Acomodé unos troncos para que arda mejor y tiré el papel que tenía en la mano hace unos minutos, pero que se iba a quedar en mi cabeza un poco -mucho- más.

Y junto con sus letras, se fue un pedazo de mi inocencia.

Pero no iba a dejarme un hueco libre; llené ese vacío con un montón de advertencias para futuros casos. Guardé en ese cuartito mental, todas las alarmas.

Para que se prendan si algún día volvía a querer a alguien más.





Hoy 7/5/2018, fue el día que más me costó sentarme a escribir en mi vida.


Me senté, escribí un par de líneas y me paré.
Vueltas después noté que eso no era lo que tenía para decir. Me frustré y borré.
Volví a escribir. Volví a sentir que estaba mintiendo.

- Esto no fluye, por acá no es. - Dije preocupado dando vueltas de un lado al otro del cuarto.

- Aquello tampoco me conviene. - Respondí en el aire, señalándo otra hoja tirada por mi cuarto.

Me senté otra vez, abrí un bloc de notas en la pc y sentí el espacio blanco de la pantalla mirándome, presionandome.
Como si esperase ser llenado de párrafos asquerosamente creativos, metáforas rebuscadamente sencillas y sentimientos dramáticamente honestos.
Cada vez que el cursor tintineaba sobre la pantalla, yo veía el parpadeo de un lector juzgándome subjetivamente.

- Está claro, no puedo desprenderme de la presion - Volví a hablar solo.

Es que así era.
La presión era aquello que venía matándome, lenta y paulatinamente.

Pero desde el día uno consideré que eso era algo que no podía hablar con nadie.
Si no podía evitar sentirme un pelotudo mientras lo masticaba en la cabeza, no quería imaginarme diciéndolo.
¿Con quién iba a llorar mis delirios de rockstar sin que crea que era un imbécil? ¿Cómo podía hacer para que no me afecte serlo?

Y así fue como aislé y callé un sentimiento.
Como quedé procesándolo en los callejones secundarios de mi cabeza.
Lo cual fue una mierda, porque era la única persona que hablaba y conocía del tema. Obviamente era también la única opinión válida y su contracorriente.
Tenía que obligarme a ser el blanco y el negro.

A veces eso se me confundía con seguridad. No, carajo, no.
Yo solo era terco -sigo siéndolo, pero estoy hablando en otro tiempo verbal-.
Seguía mis puntos hasta el final, no importaba lo que pase, ni el contexto. Era necio, terco, bobo.
No entendía que las situaciones, las personas, los contextos y sentimientos viven en constante mutación.
Mi ojo era el objetivo todo poderoso sobre la materia y para él, solo existían dos variables:

- Soy una mierda con choclos y moscas.
- Soy una persona destinada a marcar la historia.

Literalmente así. Hasta me avergüenza un expresar las concesiones más íntimas de mi seguridad.
Pero si no lo hago, estaría siendo deshonesto.


A eso vuelvo.


No podía fluir, nada me convencía, los párrafos me asqueaban a medida que iba haciéndolos y me forzaba a terminarlos, solo por ver si algo se podría rescatar de ahí.
Hasta que me dí cuenta de la raíz del problema:

- Internet me había cagado la vida.


A los 15 años, por consecuencia de haber contado la muerte de mi vieja a modo de descargo y sin medir palabras; terminé siendo ampliamente viral.
Tapé literalmente lo que me pasaba con halagos vacíos. Con personas que a fuerza de lástima se querían construir un escalón al cielo y me palmeaban virtualmente la espalda.
De un día al otro estaba lleno de personas que querían ser amigos míos. Y los amigos reales se apartaban cada vez más de mí, yo los alejaba.
Por un lado descubrí que no tenía que soportar la mierda de nadie para estar bien, me quise y valoré muchísimo.
Por otro comprendí que si yo me movía entre plástico, es porque era de plástico.

Descubrí mi lado oscuro más temprano de lo que esperaba.
Amaba ser amado y tener una constante sensación de superioridad gracias a los halagos honestos y sinceros, de personas que nunca me conocieron.

A los 16 para mi ya no era nada nuevo, me había acostumbrado y era parte conciente del panfleto comercial.
Siempre bajo la marca personal del alternativo, pero seguía siendo un cliché más.
Personas que no conocía -y que estaba seguro de que ellos a mi tampoco- me paraban por la calle a expresarme su amor u odio. Pero para mi era irrelevante -porque mi imágen me gritaba que lo fuera-.

A los 17 empecé terapia porque no soporté más la exposición y la libertad que le estaba permitiendo a otros.
Descubrí para estar bien, necesitaba la mierda de otras personas. Me odié demasiado.
Me había vuelto paranoico, todo tenía una vuelta y una intención oscura. No podía ver ni los gestos más puros y justificads de amor como algo bueno.
Cerré todas mis cuentas en un arranque de impulsos por reencontrarme, por volver a ser yo.
Pero 'Yo' ya era lo que otros veían de mi.
Entendí que las fronteras entre internet y la vida real no existían.

No podía escapar de mi personaje.
Peor.
Yo era mi personaje.

De los 18 a los 20 jugué a ver cuantos excesos soportaría mi cuerpo y estar lo menos posible en la realidad.
Porque cuando intenté escaparme a ella, me gritó en la cara que era un asco.

A los 21 entré en conciencia de que me había convertido en un imbécil. 6 años después seguía viviendo de las sobras de una imágen gloriosa que lo único que tenía mío, era el nombre.

Actualmente estoy reconociendo que ser un imbécil siempre fue una elección mía. Que culpar a internet sería la manera más fácil de palmearme la espalda.
Tratando de pedirme perdón por todos los platos que dejé rotos en el camino.


Podría haber hecho una página perfectamente argumentada sobre como mi ansiedad es culpa del mundo. Podría haber dicho que internet y el golpe de rockstar adolescente que tuve me hicieron ser una mierda. Pero no.
Aunque sea una mierda, me toca reconocer que fue mi elección siempre ser una mierda.



Quería escribir sobre lo insoportable que era vivir preso del juicio moral ajeno en twitter y mirá, jaja, me di cuenta de que soy un imbécil, otra vez.
1

Pasaron más de 120 lunas desde que dejé el pueblo. Pero hoy vuelvo a él.

Soy un hombre de alma nómade, un viajero sin rumbo. Me mueve la necesidad de moverme. Encuentro la motivación en los caminos y no en los destinos. 


Nací en un pueblo perdido en el medio de la nada, donde hace muchos años algunas personas se establecieron para escaparse del mundo y les salió tan bien, que la mayoría actualmente no sabe a que bandera responde.
Solo los más antiguos allí saben dentro de que país están y prefieren no hablar de eso. Se consideran independientes de todo lo que venga de afuera y tratan de 'no llamar a la desgracia'. Motivo por el cual, tampoco hablan de eso. 
No conocen de país ni fronteras, pero sin embargo conocen y juzgan muy bien a un forastero cuando se para frente a ellos.
Se sienten amenazados por todo lo diferente, por todo factor externo, por cualquier cosa que se aleje de sus conceptos ya establecidos.
Tienen miedo a perder su equilibrio y sus privilegios ya conocidos.
Porque desde el alcalde o el dueño de la taberna, hasta miguelito -el peon menos agraciado y más bruto de la región- tienen sus ventajas y sumisiones pactadas.
Y están bien con eso, porque las conocen y saben a que privilegios o compromisos pueden responder.

Hace 120 lunas, repito, que dejé el pueblo y si bien no puedo identificar cual fue el detonante que me llevó a juntar mis harapos y subirme a un caballo. Sé bien porqué estoy volviendo.

Hace mucho tiempo que veo su cara en las estrellas, en las pisadas de alguien más que ya caminó mis patrones, en el cauce de los ríos, en las grietas de los árboles, en el almidonado de las nubes y en donde sea que la mirada se me frene a tomar descanso. 
No se confundan, no es amor, pero es el sentimiento que más se le parece. 

Es ese sentimiento que te lleva a soñar de una manera egoísta el hecho de encontrarte a una persona en tu camino a fuerza de casualidades.
Es ese sentimiento que te lleva a imaginar cosas inviables en la realidad y crearte conversaciones o momentos en tu cabeza que rara vez llegan a pasar.
Pero esta vez tomé la decisión de romper la barrera que separa la realidad, de mi imaginación.

Tomé un respiro profundo y allí me ví; frente al arco de entrada que pobremente habían improvisado los primeros pobladores de ahí, hace no más de 50 o 60 años:
Me vi quitando la montura del caballo y tomando la última menudencia de agua que pude racionar desde que comencé mi viaje. 

Estaba ya pasada la media-tarde, así que el sutil y melancólico tono sepia que regala siempre el sol al chocar contra la tierra árida y seca, ya se estaba empezando a tornar en un marrón putrefacto y decolorido como el polvaje de mis ropas. 


Con las riendas del caballo en mis manos y el escaso equipaje colgado sobre mí -entré- camuflándome como un comerciante más.
Sobre la principal, entre la cantina y la iglesia, había un aparcadero donde pude atar a mi equino para que descanse. 
Mientras lo alimentaba y le llenaba un balde con agua, sentí la mirada curiosa de los locales que cada vez se acercaban más a mi. Entendí que no era buena idea quedarme ahí, entonces decidí comenzar a caminar con el paso más natural y definido que se me ocurrió, para poder darles la espalda y evitar que me reconozcan.
Pero no sabía a donde estaba yendo, entonces tuve que improvisar a medida que la suela de mis botas craqueaba pacíficamente sober el empedrado que se hacía llamar calle.

2

Lo único que se me ocurrió en ese momento fue ir donde vivía Miguelito. El último escalafón en la sociedad que yo recordaba. Rezando porque éste siga vivo, a pesar de tanto tiempo. 
Miguelito era la única persona con el corazón suficiente para entenderme y la torpeza necesaria como para no jugarme en contra o correr a denunciarme. Ya que luego de pocas lunas fuera del pueblo, la gente se olvidaba de tu existencia y pasabas a tener la condición de extranjero, que era casi lo mismo que ser enemigo.
Terminé de concluir el pensamiento al mismo tiempo que me colaba por su ventana.

Allí estaba, tomando su whisky casero en un vaso corroido de naranja por el clima y la falta de higiene. Lo abordé por la espalda, tomándolo del cuello, haciéndole mordaza con mi mano izquierda y tapándole la nariz con la derecha. 
Sé que no fue la entrada más amigable, pero solo así podría haber logrado que me escuche.

- Miguelito, quizás no me recuerdes. Soy Jaime, el padre del difunto Santiago. No quiero lastimarte, no vengo a buscar tu sangre. Los motivos que me traen al pueblo son otros y estoy acá porque solo vos me podes ayudar ¿Te acordas quien soy? - Le dije, haciendo énfasis consciente en que dependía de él. Lo haría sentir especial, le daría una alegría ya que estaba cansado de ser el chiste del pueblo.

Le aflojé un poco el cuello y permití que vocalizara algo a modo de respuesta; pero claro, sin darle completa libertad, eso haría que grite del miedo.

- ¿J-J-Jaime? - Me dijo entre-salivando y ahogado por la fuerza que le estaba aplicando.

- Soy yo sí, voy a soltarte lentamente como muestra de que confío en vos, solo pido a cambio tu lealtad. Las recompensas van a ser impensables - Le dije y comencé a aflojarlo muy lentamente, hasta que me percaté de que no tenía intención alguna de delatarme.

Voltée una silla y me senté frente a él mientras tosía y recuperaba el aliento.

- ¿Qué haces acá? ¿Vos no estabas frío? ¡Hecatombe! Vos queres eso ¡Hecatombe! -  Cabe destacar que Miguelito era un hombre pobremente ilustrado y a veces sus frases eran muy difíciles de interpretar. Motivo por el cual nadie lo tenía en cuenta en el pueblo. Pero también, por el cual yo disfrutaba muchísimo sentarnos a tomar juntos, era el único que no repetía lo mismo, o sí, pero al menos te obligaba a pensar para entenderlo.

- Vine porque hay un rostro que no me deja dormir; las estrellas, la vegetación, la tierra ¡Todo me lo recuerda! - Le respondí esperando que lo entienda de primera, sin subestimarlo.

- ¿Una mujer? Vos loco, loco. Alcalde orden dio de tu cabeza después de rodar la de Santiago ¡Muerte Jaime! ¡Muerte si te vieren por acá! - Me advirtió Miguelito.

- No Miguelito. El rostro que me impide dormir no es el de una dama, tampoco es el de Santiago. Es el del alcalde. Es venganza quien me trajo hasta acá otra vez. - Le respondí, creyendo que él sabía la historia.

- ¿Alcalde? ¿Que hiciere Alcalde para que arriesgues vida tuya? El dió órden de cabeza por forasteros, por ser de fuera - Me confirmó así, que no la sabía.

- No sé que falacia se correrá por acá compañero. Pero la realidad es que ese funesto personaje que dirige el pueblo, mantenía un romance con Santiago del cual yo sabía.
Y una vez, un lengua larga que desconozco, los vio expresándose su amor en privado.
El alcalde al constatarse de eso e ido por la pasión decidió darle ahorcamiento a ambos.
Al lengua larga en privado para que nadie sepa y a Santiago públicamente, para poder inventar algo relacionado con la traición y así asegurarse que yo tampoco pueda declarar en su contra. Porque él se anticipó a poner a la gente en nuestra contra. Hizo que todos creyeran que su acto de cobardía era la manifestación de la justicia. Eso pasó Miguelito y por eso volví al pueblo - Le expliqué

- ¿Por eso también abandonaste casa? Extrañé mucho hablaros contigo, único sos en el pueblo que escucha, único sos que no ordena cosas, único sos que respeta-me. - Me dijo entre lágrimas.

- Para serte honesto Miguelito no recuerdo porqué abandoné el pueblo, solo tengo claro porqué volví. Tengo hambre de venganza y voy a comerme la porción que dejé guardada. - Le respondí.

- ¡Planes planes planes planes planes! - Gritó Miguelito y fue corriendo a buscar algo a su catre.


Al volver me trajo una maqueta perfecta de la ciudad, con imitaciones de todos y cada uno de los habitantes del pueblo, con todos los locales, pasadizos y caballos que rondaban la zona.


- Esto juego trieste, cuando nadies quierenme escuchar ¡ACÁ SÍ ME ESCUCHAN TODES! - Gritó y se enojó consigo mismo, porque reconoce cuando no se expresa bien, y se frustra. 

Lo abracé para contener su llanto y cuando pudo recomponerse, me miró, dio un sorbo enorme a su whisky y empezó a acomodar las fichas de su maqueta.

- Alcalde mañana día último de la semana, va de iglesia a taberna, vecinos son así que pasa por adentro, no sale a la calle.
Acompañen dos siempre, encargados de su vida, protegerlo.
Eses van armados siempre ¡DERRINGER! ¡DERRINGER! - Gritó y me costó entender que se refería a sus armas.

- Tranquilo Miguelito, las Derringer solo tienen capacidad para una bala por carga, eso quiere decir que entre disparo y disparo hacen pausas para recargar. Además si son de doble cañon la herida no llega a ser considerable, solo lastima. Yo vengo con esto - Le dije y descalcé de mi cintura las dos pacificadoras con las que estaba cargando hace casi 60 lunas.

- ¿¡QUÉ SER?! - Miguelito no entendió mucho.

- Colt 45, las pacificadoras, fabricación yankee. No importan esos datos. Lo que nos sirve de todo esto es que tenemos un tambor, con 6 tiros cada uno, mientras ellos solo tienen uno por recarga. Si sabemos cuando actuar, ganamos. - Le dije y su expresión facial cambió por completo. Estaba confiado y feliz. Él desconocía la sensación de seguridad, eso desató su lengua y creatividad.

- Cuando sol venga vas a cantina para estar desde temprano sin sospeche. Vos sos comerciante de alimentes y estás en busqueda de vander. Van a decir que hables conmigo ya que yo manejes el almacen de comestibles. Ahí nos reunimos de vuelta y cuando alcalde cambie de edificio, va a aparecer detrás de barra, vos vas a estar sentado donde él pase por al lado.
Pocos segundos tenes para reacción, si te reconoce antes perdimos.
Yo cubro de guardias de él ¡Mañana verán pueblo quien es Miguelito! - Dijo con la sonrisa más grande que nunca pude capturarle, por fin haría algo trascendental, por fin lo notarían y se relamía solo de imaginarlo.

- ¿Dónde tenías escondida esa inteligencia? Jamás me lo esperé, vamos a usar tu plan hasta que yo tenga al alcalde.
No voy a matarlo, quiero hablar con él, así que vas a tener que encontrarme donde esconderlo. yo ya no conozco el pueblo. Está cambiado. - Le hice una última petición a Miguelito, pero no estaba concentrado en mis palabras, estaba sorprendido por su felicidad.
Entre tanto odio y miseria planificada, él estaba feliz.
Las cosas desde su perspectiva eran muy lindas y como él había sufrido tanto en su vida, no llegaba a comprender la maldad de nuestros actos. Solo que por fin lo notarían.

- Abrazaceme y dormire que mañana e' largo. - Me dijo y lo despedí con el abrazo más cálido y hermoso que pude darle a nadie.

No sabía si ese era nuestro último whisky, pero estaba eternamente agradecido por todos los que nos habíamos tomado antes.

3

Abrí los ojos antes de que cualquier gallo entone cualquier nota, el reloj biológico se amigó conmigo y nos dió un buen márgen de tiempo.
Miré por la ventana y aún no habían transeuntes en las calles, el naranjo distintivo de las madrugadas en el pueblo se coló violentamente por mis córneas y me quebró el temple de guerrero. Hacía mucho que no sentía, ni bien ni mal, lo tomé como un recordatorio de que estaba vivo.
'Hoy recupero tu sonrisa' dije al unísono de los gallos y quebrándome entre medio por alguna que otra lágrima que deslizaba mi semblante.

Cargué las dos pacificadoras y dejé la de Miguelito al lado de una botella de whisky cuya nota decía "Para mi amigo", con un corazón enorme -porque recordé que no sabía leer después de escribirlo-.
 Salí otra vez del pueblo con mi equino para hacer toda la pantomima del comerciante de alimentos.
Y allí estaba otra vez, en la misma posición que ayer, tomando un sorbo de agua y un gran suspiro.
¿Quería que todo esto realmente pase? ¿Era necesario?
No estaba en momento de plantearme nada, así que volví a exhalar un suspiro, acomodé mi gorra con la punta del arma, prendí un tabaco y me adentré en el pueblo con mi caballo. Directo a la cantina.

- Dichoso colega ¿Me hace el favor de decirme su nombre y servirme un whisky a temperatura? - Recordé que a Ricky le gustaba que lo traten bien y destratar a los extranjeros.

- Mi nombre es Ricardo, su whisky se lo doy al tirón. - Me respondió, pero antes de poner el whisky delante mío, lo escupe y me queda mirando a los ojos.

- Yo a usted lo conozco - le dije en una jugada muy arriesgada, pretendía hacerme pasar por amante de alguna de sus hijas.

- Yo a usted también - Me dijo y se volteó sin permitirme una respuesta.

La pantalla del traficante de alimentos no fue necesaria, era muy temprano, solo eramos Ricardo, el whisky escupido y yo.

Miguelito llegó 20 minutos antes de que terminen las actividades religiosas y se sentó frente a mi pero no dijo una sola palabra. Su cara expresaba todo.

Me acomodé sobre la barra para tener una buena visión, ellos entrarían por el lado izquierdo, lo cual los dejaba a mis espaldas, pero de frente a Miguelito, quien casualmente se estaba mordiendo los labios por soltar pólvora a mansalva.

El alcalde entró a la cantina al mismo tiempo que sonaban los últimos acordes del órgano de tubos en el salón de al lado, instantáneamente y casi a coro musical Miguelito soltó pólvora con una frialdad y puntería dignas de reconocer y enmarcar. 
Le bastaron tres disparos para dejar a los dos escoltas del alcalde haciendo charco en el piso. Y éste, como planificado, al intentar escapar tropezó con los cuerpos de sus escoltas.

En ese mismo instante yo me di vuelta y lo tomé por el cuello, dejándole el arma en la sien.
"Vos te vas conmigo, esta pieza la bailamos juntos" le dije.
Ya con la víctima asegurada bajo mi control miré a todos lados dentro de esa habitación y el único que estaba mirándome era Ricardo.

- Siempre supe que las cosas no iban a quedar así - Me dijo y abrió la puerta del sótano.

 4

Bajé con su cuerpo y cerré la puerta que convertía el techo en piso. La paranoia que se escuchaba por fuera se encargaba de enmudecernos.
A punta de pistola lo senté en el piso.

- ¿Te acordas? - Le dije mientras inclinaba mi cabeza 25 grados hacia la derecha, en señal de comprensión, irónica.

- ¿Quién sos? ¿Qué pretendes? - Me dijo, pretendiendo desconocer que estaba pasando.

- Sé que va a sonar muy armado todo esto, pero hace años que necesitaba esto. Tantos, que quizás para vos ya no es historia presente ¿Te acordas de Santiago? - Le dije y observé como cambió su cara, sentí sus nervios, su sorpresa, sus miedos y todas las noches de insomnio que yo había pasado, por un segundo creí que fueron mutuas

- ¿J-J-Jaime? - Preguntó

- El mismo, el mismo que le dio vida a tu amante, el mismo que lo crío y lo escuchó tanto llorar como reír con anécdotas que te involucraban. El mismo que no solo sufrió su muerte, sino tu negligencia. El mismo que sintió en carne y hueso cuando decidiste colgarlo públicamente luego de difamarlo en lugar de asumir lo que pasaba entre ustedes. Te vi disfrazar cobardía de justicia y hoy vengo a abogar desde el infierno. Que cuando vuelva, te voy a llevar conmi..- Estaba diciendo.

- Yo lo amabaa - Me interrumpió.

- Callate, no se trata de eso ahora, porque en caso de que lo hayas amado, tu reputación pudo más y trataste de esconderlo. Hasta hoy. Parate, dale ¡Dale! - Le dije y a punta de pistola, lo tomé de un brazo para ponerlo de pie.

- ¿Sabes qué va a pasar? - Pregunté.

- ¿Me voy a morir? - Resspondió con mas incógnitas

- Eso no lo tengo definido aún. Lo que va a pasar es que para esperar a que el pueblo calme y para compensar todas esas noches donde las constelaciones me dibujaban tus facciones, me voy a quedar mirándote el tiempo que sea necesario hasta que normalice el asco que me das y pueda perdonarte, o no. - Y así fue. Nos quedamos más de 5 horas mirándonos a los ojos, cada vez que atinaba a decir una palabra, lo amenazaba con gestos y éste se llamaba a silencio. Cinco intensas horas que se quedaron sumamente cortas para intentar materializar mis sentimientos.

Hasta que Miguelito me golpea como estaba planificado lo que para mí era el techo y para él, el piso. Señal de que el pueblo ya estaba mas calmado y que los había reunido a todos en la puerta de la cantina.

- ¿Escuchaste eso? Fue el contador de tu vida, te llegó la factura. Vamos, afuera y haciendo moñitas que tenemos un show que presentar.


 5

Subimos, la cantina estaba vacía, pero aún se podía respirar la tensión y la incertidumbre que habíamos salpicado sobre las paredes.
Por los postigones se podía ver la gente del otro lado. Estaban todos agrupados tal y como se planeó. Miguelito ahora se llamaba Miguel para mí.
Con la pacificadora a la altura de sus riñones y tomándolo del brazo, fui llevándolo hasta la puerta.

Allí, la cara del pueblo fue de total sorpresa. A cualquiera de los dos nos consideraban muertos.
Muchos me recordaron cuando me anuncié, otros no sabían quien era y concluyeron que venía a tomar el pueblo por la fuerza. Los últimos instantáneamente me alabaron, me aplaudían mientras me dejaban sus vasos servidos a mis pies en señal de respeto.
La cara del alcalde era ilegible, no pude identificar su emoción, debe ser complicado descubrir que tu pueblo le es fiel al miedo y no a vos.

- Lo que me trae acá, frente a todos ustedes. Es contarles la verdad sobre quien es este hombre.
Hace 400 lunas aproximadamente llegamos acá, donde no existía nadie, donde no había nada.
Solo eramos un grupo de personas; de amigos, buscando escapar de los márgenes y sistemas sociales en los cuales no encajábamos. Pero las realidades se fueron presentando de determinadas formas y él quedó siendo el alcalde, debido a que tenía buena relación con todos y parecía el más justo.
Hasta el día en que se volteó y su moneda mostró la otra cara. Me cuesta mucho decirles todo esto. Me duele asumir que las mejores personas, en retrospectiva tienen la capacidad para ser las peores si se lo proponen.
Esta rata que ven acá, a quien muchos lo conocen solo por alcalde, se llama Mauricio.
Mauricio es una bola de mierda, disfrazada de un traje importado, status y decisiones razonbles.
Pero voy a ser un hombre justo y voy a contarles porque tengo a Mauricio bajo mi dominio en éste momento.
Hace 120 lunas, o diez años para quienes manejen el calendario; él tenía un romance clandestino con mi hijo. Romance del cual  siempre supe y apoyaba a pesar de ser objetivo de risa de muchos de mis compañeros de bar. Pero aún así, eso estaba muy por debajo, muy en secreto y me consta que Mauricio estaba enamorado de Santiago -mi hijo-, por eso me duele mucho más lo que hizo.
Fueron descubiertos un día por una lengua de la que jamás se supo su identidad, porque Mauricio mandó a matar a esa lengua. Y para no negar su amor frente a él, también mató a Santiago. Condenándolo como traidor ante todos, haciéndolo pasar vergüenza y declarándonos como enemigos públicos del pueblo. Negando así sus sentimientos, para mantener su respeto.
Ojalá no haya dormido bien todos estos años y siga cansado, porque le voy a poner la almohada bajo la cabeza- Dije y le disparé sobre la sien. Vi la bala atravesarle la cabeza de izquierda a derecha.

Pero sentí que no fue suficiente.

Así que tomé su cadaver del piso y la única cosa que me quedaba para ridiculizarlo -según su concepto- y liberar al pueblo del tabú, fue besarlo. 
Me prendí a chuponear ese cadaver mientras seguía tibio y tierno. Lo tomé por la nuca y comencé a acariciar su pelo mientras mi lengua luchaba con la suya, inherte. Mientras la gente aplaudía ese acto de humanidad y su sangre se mezclaba con mi saliva o se colaba entre-uñas. Recordé porque me había ido del pueblo.

Me fui porque juré no ser parte ni aportar a ese círculo violento.
Creí haberlo roto, pero solo había aumentado el radio...